Comentario
De la remisión del Adelantado a Castilla, y de los tumultos que después hubo
Desde el día de la prisión del Adelantado, y elección de don Domingo de Irala, empezaron entre los conquistadores las disensiones y bandos. Los que seguían el de Alvar Núñez, se llamaban leales, y los que el de los oficiales reales, se decían tumultuarios, sobre lo cual había todos los días muchas pendencias y cuestiones. Domingo de Irala con su acostumbrada prudencia no daba lugar a que pasase adelante el incendio, procurando castigar a unos y otros con moderación y justicia, y a ambos partidos hacía mercedes y socorros. Después de los 13 meses de la prisión de Alvar Núñez, concluida ya la carabela, se acordó que fuesen llevándole a Castilla dos oficiales reales, el Veedor Alonso Cabrera, y el Tesorero García Venegas, con los autos que le habían formado muy a su satisfacción. Nombraron por capitán y piloto del navío al capitán Gonzalo de Mendoza, y a Acosta, portugueses, y por procurador de la provincia a Martín de Orué; acompañábale también Pedro de Estopiñán, y otros caballeros: salieron de este puerto el año de 1544, y al tiempo de la marcha dejó secretamente, el Adelantado Cabeza de Vaca un poder al capitán Salazar, para que en su nombre gobernase la provincia para mover por este medio más disensiones entre aquella gente; y aunque Salazar era del bando contrario, juzgaba que ya estaría arrepentido por haberle enviado a hacer varios ofrecimientos. Luego que partió la carabela, convocó éste a todos los que se llamaban leales, en virtud del poder, para tomar en sí la Real jurisdicción, para lo cual juntó en su casa más de cien soldados, y descubierta su intención, ocurrieron los capitanes y oficiales reales al general instándole obviase los perjuicios e inconvenientes que con esta novedad resultarían en deservicio de ambas majestades, y como justicia mayor que era, y por el juramento que había hecho de mantener en paz aquella República, le tocaba sosegar este tumulto. Con lo cual mandó Domingo de Irala juntar gente, y con ellos se fue a casa de Salazar, a quien requirió no turbase la paz de la República, y tuviese presente el juramento que hizo en la elección de obedecerle en nombre de S.M.. Pero la ambición no le dio lugar a desistir de su intento, y también por dar gusto a los que tenía en su compañía, y así respondió, que ni debía ni podía hacer otra cosa que usar del poder que tenía del Adelantado. Con lo cual determinó el general, viendo su resistencia, asestar cuatro cañones de artillería a la casa, y con ellos la batió, y derribó toda la pared de la frente, por donde sin resistencia entró con sus soldados, a tiempo que los que estaban dentro, la habían desamparado. Prendió al capitán Salazar, y con él a Ruidiaz Melgarejo, Alonso Riquelme, Francisco de Vergara, y algunos otros que fueron puestos a buen recaudo.
Mandó el general que Salazar fuese embarcado en un bergantín a cargo de Nuño de Chaves con todo lo actuado en el asunto, y que fuese a dar alcance a la carabela, para que mudándole en ella, le llevasen también a España. Partió el bergantín con gran diligencia, y llegado a la carabela dijo Salazar en voz alta: Señor García Venegas, habrá lugar para un preso? Y él respondió: sí, voto a Dios, y ánimo para llevarle a él y otros veinte; y con esto le embarcaron, y siguiendo su viaje, llegaron al puerto de Sancti Spiritu, donde Alonso Cabrera, el capitán del navío y los demás que en él iban, acordaron de volver a la Asunción, y poner en libertad al Adelantado, restituyéndole a su gobierno, tomándole primero juramento y homenaje que por las cosas pasadas de su prisión no les haría ningún daño, y ellos les proponían ayudar con todas sus fuerzas hasta dar las vidas en su servicio. Sin duda esta determinación hubiera tenido efecto, si a ella no se hubiese opuesto Pedro de Estopiñán, quien dijo que de ningún modo convenía que dejasen de seguir el viaje, porque de volver a la Asunción, y dejar en su libertad al Adelantado resultarían muchas perniciosas consecuencias contra la paz y servicio del Rey, en cuyo nombre las protestaban, como los menoscabos de las vidas y haciendas, que indubitable mente sucederían por la colusión que en la conjuración tenían los principales caballeros de aquella tierra, y que el conocimiento de la causa sólo tocaba a la Real Persona, en cuyo nombre habían elegido sujeto de calidad y suficiencia, que los gobernase como Domingo de Irala, quien sin duda cumpliría bien su obligación, ínterin S.M. con relación de ellos otra cosa mandaba. Hecha esta representación, y oída por los del Consejo, mudaron de parecer, y siguieron su viaje a España, a donde llegaron a los, 60 días de navegación del aceano. Presentaron al Consejo sus autos, y mandó S.M. prender a Alonso Cabrera, y a García Venegas, y procediendo contra ellos, y estando a punto de sentencia, murió Venegas súbitamente, y Cabrera enloqueció en la prisión, y siguiéndose la causa por parte del Fiscal, fue sentenciado el Adelantado en vista en privación de oficio, y desterrado a Orán con seis lanzas a su costa: y en la sentencia de revista fue declarado libre con sueldo de dos mil ducados anuales para su sustento en Sevilla, donde falleció en la primacía del consulado de ella con mucha honra y quietud de su persona.